Indigente presentable
- Carlos Pinto
- 16 feb 2022
- 1 Min. de lectura
Actualizado: 8 jun 2023

La culpa me invadía sin aviso ni rezago, me quitaba el aire y me hacía dependiente de los otros. No me tenía y no tenía nada. En todo estaba y sin querer estarlo, la inercia era mi ley, la gravedad mi camino y mis prejuicios las bardas de una calle ciega.
Sucumbía a los demonios y parloteaba sin sentido. Me creía el rey de un pueblo fantasma, amo y señor de la vasta nada, de los campos concentrados de cenizas de los sueños que ardían en la incertidumbre de no saberme elegir y del profundo océano de mi depresión hecha risa.
Era todo por compromiso a algo ambiguo, ambicioso de sueños náufragos y representante de mi infierno terrenal.
Mis miedos me persuadían y yo era un come gente, un indigente, un exigente que me impedía crecer, que me mermaba el alma y me oprimía el pecho, mientras mi voz alada se aseguraba de hacer creer a todos que mi vida era perfecta.
Ante los ojos del mundo edificaba un castillo y solo yo sabía que tan grande era la tumba que me estaba cavando.
Pero... Me perdone, tumbe las bardas y me inventé nuevos caminos. Aprendí a nadar en vasos de agua y a mar abierto a la vez.
Sin caretas de colores, sin corazones tristes ni sonrisas de culpa. No me debo más que el presente, no deambulo en el pasado ni me desvivo por un futuro, lo construyo.